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Despedidas que no son despedidas

No sé porque me cuesta tanto hablar de ti, incluso ahora que tu ausencia es la mejor excusa para hacerlo. Tal vez deba empezar por admitir que te extraño terriblemente, que nunca te imaginé alejado de mí y ahora que ha sucedido, no sé cómo ni con qué llenar el vacío que hay en esta casa, en estos días y en estas entrañas. Mamá preguntó por qué razón lloraba tanto… no sé explicarlo aún sin que se me haga un nudo en la garganta. Quise recordarle lo que algún día papá dijo sobre nosotros: que éramos  los dedos de una mano (y tú eras el dedo índice). Ya no somos una mano –pensé guardándome el recuerdo. Me dicen que es cuestión de costumbre, entonces trato de recordar todos los días que este sentimiento pasará, pero… ¿ahora en dónde anudo el listón para no olvidarlo?

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